Grande como el cine

El suyo es el primer rostro moderno del cine argentino. Una cara específicamente cinematográfica.
Por Leonardo M. D'Espósito
Graciela Borges tiene algo en común con Scarlett O'Hara: no es bella pero seduce a quien la ve. Es inevitable: el suyo es el primer rostro moderno del cine argentino, una cara específicamente cinematográfica. Su cuerpo se adapta como pocos a las dos dimensiones del lienzo: no podemos dejar de verla entera y, al mismo tiempo, comprender la sutileza de cada gesto. Eso no es un arte, eso no se aprende ni en el conservatorio ni leyendo a Shakespeare: se tiene o no. 
Es lo que define a una estrella.  
Se pasea por Fin de fiesta (sin dudas, el mejor film de Torre Nilsson), es la bruja que enloquece a Luis Medina Castro en Circe, marcó la pantalla de losaños 70 protagonizando para Raúl de la Torre. Pequeño y justo alto: los films de De la Torre eran malos. Pero estaba ella y era imposible no mirarla, no sentirse pegado a la pantalla. Sigamos: además de estas películas, Graciela Borges es la protagonista de dos obras maestras absolutas: El dependiente, de Leonardo Favio, y La ciénaga, de Lucrecia Martel.
Los dos films -paréntesis de un cine real y grande que pudo ser, que intenta ser aquí narran el costado enrarecido y extraño de lo cotidiano, el terror universal que se esconde en paisajes suburbanos. En la primera, seduce a Walter Vidarte y lo lleva al crimen. En la segunda, da vida a una mujer perdida en rituales del pasado mientras su presente se rasga -como su piel- y se descompone. Lo que une los dos trabajos es la distancia justa que Graciela Borges establece a pura autoridad, a pura mirada, entre el mundo de la pantalla y el espectador. Podemos encontrar a alguien parecido en la calle, pero no: cuando lo pensamos dos veces, cuando descubrimos cómo se curvan sus ojos cerrándose al llegar al pómulo, nos damos cuenta de que esa cara es única, que no hay otro rostro como el de ella.
Edgardo Cozarinsky, que la dirigió en uno de sus pocos films de ficción: Guerreros y Cautivas, dijo que al verla en persona se había decepcionado un poco, pero que la cámara la amaba. De hecho, la cámara -realmente parece ante ella un amante o, más bien, un pretendiente. La mira, la retrata y captura sus movimientos, nunca a ella. Su trabajo consiste en hacernos creer, todo el tiempo, que hay mucho más que una imagen delicada y algo fría, 
que se esconde detrás de esa máscara algo que siempre está a punto de estallar. Cuando lo hace, conquista toda película que la contenga, incluso las malas -se dijo-, y las hace inolvidables. Vean cómo sale de una tumba con un rifle en la mano en Sobre la tierra (1998), fallida película de Nicolás Sarquís. Escuchen esa voz deliciosamente ronca mirar -esa voz mira- fijo a un montón de hombres que se le oponen. Escúchenla, en fin, y véanla en la crepuscular, dulcísima Perla de Monobloc: Graciela Borges es la única actriz del mundo capaz de ser una estrella incluso portando una máscara enorme de Minnie Mouse.  
Es grande, grande como el cine.

No me gusta que me digan "La Borges"
La única diva argentina que no necesita de la television para seguir siéndolo
Por Damián Damore

Cuando contó que la volvía loca el choripán,
que detestaba los dulces y quelo que más le gustaba en la vida era hacer huevo, el comentario se escapó solo: "No parece 'La Borges'". "Y cuando decís esas cosas no pareces periodista", ironiza ella.
Aunque esté acostumbrada, Borges odia que le digan "La Borges". Deploro el instante en que llego a un lugar y dicen, 'llegó La Borges'. No me gusta que me digan La Borges. Prefiero que digan 'llegó Graciela'. Es más cariñoso".
¿Alguien se imagina a Graciela Borges en la
televisión invitando al público a que le envíe
mensajes de texto para ganar dinero? Ni hablar de plumas y escándalos berretas. Borges es la única actriz argentina que representa a la diva con peso propio en el cine, sin necesidad de la televisión, ese estrellato que habita entre la figura pública y el personaje. El espacio en el que eligió  brillar es el cine. La temprana extinción de las leyendas cinematográficas del star–system
local no logró reducir la búsqueda de una actriz que –desde su consagratorio papel de la señorita Placini en El dependiente hasta su deslumbrante labor en La ciénaga– creó una somma poetica de un estilo que se revela ante los nuevos arquetipos, fugaces, más preparados para estar colgados de You Tube unas semanas que para mantenerse en el fuego de la historia.
Ser diva. No la definen ni su forma de caminar, ni sus fieles anteojos negros; tampoco su voz ronca, que de a ratos se aflauta como si las cuerdas vocales la engañaran. Actúa como quien actúa mucho y bromea como quien bromea mucho. Es Borges como si fuera Borges todo el tiempo sin dejar de ser un minuto Graciela. Se sienta rápido, como si tuviera los tiempos calculados. Empieza a hablar mientras se acomoda.
"¿Empezamos?", pregunta. Al rato aparece Juan Cruz. Todos se ven lindos: es un álbum familiar viviente. Juan Cruz tiene un reloj Casio con malla de plástico. Cuenta la historia de ese reloj. "A Jorge Lanata un día lo entrevisté para un programa de televisión. Cuando me lo vio, dijo: 'Sacate esa mierda de la mano y usá un reloj de varón'". Juan Cruz lo dice como Juan Cruz, pero es tan convincente que se puede ver la cara de Lanata diciendo eso. "Le
hice caso y a la semana me puse uno más lindo, pero más caro: a los meses me dieron un porrazo y me lo afanaron en la calle. Apenas lo encontré, le dije: 'Jorge, gracias a vos me robaron el reloj'. Cuando lo volví a ver me regaló uno parecido al que me habían robado".
En el living hay dos sillones, nos sentamos frente a frente. Borges viste unos pantalones
negros y una camisa de jean color verde mate. Un sombrero beige de hilo le aplaca el cabello. A ambos costados hay dos ventanales: uno apunta a las casas vecinas, el otro al parque. El viento golpea las persianas de madera, se abren y se cierran sin ninguna coordinación. La luz opaca ensombrece su rostro.
–Usted es la vicepresidenta de la Academia de
Artes y Ciencias Cinematográficas Argentinas,
con Susan Sarandon
¿qué tareas hace allí?
–Sigo el tema de las nominaciones y premios de las películas, en general estamos atentos a lo que necesitan los afiliados. No me preguntes mucho más. Me gusta trabajar con Pablo (Bossi), que es el presidente. Es todo muy relajado.
–Siempre hay mucha gente a su alrededor pendiente de sus movimientos, ¿no la agota?
–Hay una cosa bastante sorprendente: a mí me enoja expresarme, pero hay algo que no es menor, también me gusta estar involucrada entre la gente, simplemente porque me gusta la gente. A mí no me molesta el público. Yo estoy acostumbrada a una vida así: no soy metida para adentro. Yo camino la ciudad todo el tiempo, a la radio voy y vuelvo caminando, también voy a pasear a las plazas y parques de la ciudad. ¿Tengo miedo de la inseguridad? Sí, tengo miedo, como todo el mundo, pero si me resigno a hacer las cosas que me gustan mucho, ¿qué hago?
–¿Cuánto hace que medita?
–Hace veinticinco años.
–¿Recuerda la primera vez?
–Así fue: estaba en un almuerzo de la Embajada de Italia, no recuerdo el nombre del embajador en Argentina, pero sí recuerdo que estaban Vittorio Gassman y Nacha Guevara.
Cuando terminó, nos fuimos caminando con Nacha al bar Rond Point, ella me preguntó cómo andaban mis cosas y yo empecé con las quejas: "Tengo que hacer esto y lo otro y lo otro y lo otro", porque yo tengo la luna en Escorpio, eso es siempre "tengo que". Nacha me quitó la atención y miró su reloj. Luego, despiadadamente me dijo: "Tenés cinco minutos para quejarte". "¿Por qué?", le pregunté angustiada. "No hay que darle a la queja más de cinco minutos diarios, si la absorbes, no la sacás en todo el día, ¿nunca hiciste meditación?" Fue ella quien me mandó a un maestro de meditación ortodoxa. Pero lo que sucede con la meditación ortodoxa es que cuando más la necesitás, menos la hacés. No te concentrás: a mí se me hace más complicado. Por ese entonces leí en un diario chileno una nota a una famosa gurú australiana, se llamaba Isha y era una estrella de cine. Mientras leía la nota pensé: "Esto es una burla, un chanterío total". Ella fue adoptada por una familia rica, fue rockera soft, andaba por todos lados con una Harley Davidson. Cuando leí que promovía
técnicas con las que combatía el estrés, me saqué toda su historia de la cabeza. Sus técnicas me llevaron a conocerla en persona por unas jornadas que ofrecía en Punta del Este; así que me  tomé un avión y la fui a ver. Primero me dio un poco de vergüenza, me dije "¿qué hago acá sola?", pero en el primer ejercicio me quedé dormida. Fue maravilloso y revelador, yo a los trece años ya era insomne. Siempre tuve problemas para dormir.
–¿Cómo?
–No era tan grave lo que me pasaba, pero tenía una especie de excitación permanente de no
poder dormir, no poder dormir, no poder dormir. También me pasó en los rodajes. Cuando
filmé en el invierno europeo me acostaba a las siete de la tarde para levantarme a las cinco de la mañana y poder filmar algo con luz natural. Una vez le pregunté a Victoria Abril: "¿Cómo haces para dormir en los rodajes?" "¡Hombre!, ¿que cómo hago? ¿Cómo voy a hacer? ¡Me tiro ahí en el sofá y me duermo!" (la imita y se ríe de su burla). La meditación me sirvió mucho para trabajar en mis últimos films, como La ciénaga, Monobloc y Las Manos. Esos personajes que interpreté estaban muy alejados de mí. Fueron trabajos sin red. No podía desentonar. En el cinelo más difícil es no tener continuidad. ¿Viste que en algunas escenas parece que a los directores el personaje se les va al carajo? Es muy fácil que eso te pase.
–¿Qué debe tener un director de cine para
contar con usted?
–Ser bueno y no tener dinero (risas). Te gustó esa respuesta, ¿no? (Risas) Pero no lo digas, que después no me pagan (Risas). Me está costando mucho aceptar libros ahora. He leído guiones que no me han gustado nada, pero por ahí no es que sean malos, hay una pretensión con tener dudas y para mí el guión tiene que ser de hierro.
–¿No le gustaría trabajar de nuevo con Lucrecia Martel?
–Me encantaría. Quiero contarte el día en que
la conocí a Lucrecia, fue muy gracioso. Llegaron a mi casa dos mujeres a dejarme un guión cada una; una de las chicas era gordita, la otra usaba anteojos chiquitos y era muy simpática. Uno de los guiones se llamaba La Ciénaga, cuando lo leí me dije "esto es formidable". Con las dos primeras
páginas me aterré: ese comienzo maravilloso
de la escena en la piscina; las caídas, las heridas corporales. Pensé, "¿quién va a ser la que haga esto con tanta fuerza?" También me habían dejado un corto, Rey Muerto. Lo puse. ¡Maravilloso! ¿A ver quién es?, me pregunté. "Lucrecia Martel, ¡¡qué trabajo hizo la gordita!" Cuando la cité, la que llegó fue la chica de anteojos, chiquita como Woody Allen, con esa carita tan dulce. La miré y le dije: "¿Lucrecia?, tesoro: ¿vos sos capaz de hacer esto?" Bueno, lo hizo, ¿no? Me encantaría seguir filmando con ella, es de esas personas en las que se puede tener fe ciega. Lo mismo sucede con Leonardo Favio: te puede gustar o no, pero en esa cámara hay alma, él tiene piedad. Cuando trabajás con alguien que admirás todo se vuelve muy relajado.
–¿Cómo compuso a la señorita Placini en El dependiente?
–La pensé de una manera totalmente diferente a los demás trabajos. Los personajes siempre
los trabajé desde adentro, a ver qué similitudes había conmigo. Acá no: fue al revés. Buena parte de ese plan se lo debo a un marido que adoré, Juan Manuel Bordeau. Él era una persona muy inteligente, muy piola. Un día leímos juntos el libro y me dijo que el personaje era muy complejo. Yo me acuerdo de que Favio me hablaba de las características del pelo del personaje y Juan Manuel me dijo: "Hacé el ejercicio de caminar, peinarte y comer como la señorita Placini". Empecé a hacer eso, ponía la boquita como ella, comía como ella y empecé a repetirlo todos los días así (frunce la boca imitando el gesto de cómo comía Placini). Recuerdo con mucho cariño aquel personaje. Fue muy grato filmar en Derqui, comer con todo el equipo. Lo que ofrece el cine es una familia alternativa. Hoy pensaba que no sé ni qué decir acerca de mi trayectoria como actriz, sí sé que es lo mejor que me pasó en esta trayectoria: caminar y hacer las cosas que hice. Algunas me gustaron, otras no, lo atractivo fue todo lo que conocí.
–No habrá sido poco.
–Yo conocí muchísima gente, mucha gente
gloriosa estuvo cerca de mí.
–Como Paul McCartney, ¿cómo lo conoció?
–De casualidad. Muchos creen que lo conocí por el rodaje de la película El rey en Londres, que dirigió Aníbal Uset y la hicimos en Inglaterra, pero no (NdR: una rareza del cine argentino en el apogeo del Swinging London; en el film participan Palito Ortega junto a bandas británicas como The Animals, The Honey Cumbs y Los Beatles). Yo me hice muy amiga de Charles Stewart, que fue piloto de Frank Williams (Ndr: dueño de la escudería de fórmula 1 homónima) durante muchos años. Williams vino muchas veces acá a la Argentina, también lo visitábamos nosotros. Por aquel entonces estuve separada de Juan Manuel. En un viaje que hice a Inglaterra, unos amigos de Stewart me invitaron a un lugar de moda que se llamaba Scotch Saint James. Entró McCartney con unos amigos. Me sorprendió su tranquilidad. Lo vi también en un campo de Charles, a sesenta kilómetros de Londres.
Eso, nada más. Nunca hablo de esas cosas.
–¿De romances?
–Sí, de romanticismo y de romances. Conocí a mucha gente atractiva.
–Pero hablábamos de McCartney, ¿sólo se lo
cruzó?
–No, no, salimos varias veces. Es una persona divinos. 
–Convengamos en que no hablamos de un
inglés más, Graciela.
–Es cierto, convengamos en que no. Pero si
Juan Alberto Badía no lo hubiera contado, esto yo no lo hubiera dicho nunca.
–¿Badía?
–Sí, sí, él lo contó una vez. Por eso se comentó.
–¿Cómo recibió la andanada de comentarios
de los actores acerca de los episodios de inseguridad?
–Que cada uno diga lo que quiera, este es un país libre. El asunto es otro: ¿qué puedo hacer
yo si me congelan? Yo tuve un maestro espiritual llamado John Roger. Él decía que el miedo va delante de las grandes cosas de la vida, pero cuando lo atravesás, superás todo. Si yo me quedo encerrada en mi casa y no voy a la radio, entonces no camino por el parque. ¿Qué debo hacer? ¿Me hago un auto blindado? Yo nunca paro de hacer lo que tengo que hacer. ¿Viste lo que soy yo? Yo ando con esa camioneta sola por la vida. Y eso que ya me asaltaron: me tuvieron cuarenta minutos con armas recortadas sobre la cabeza. Fue en una parrilla que se llamaba Carlitos, en la ruta 8. Fui con mi amiga Matilde, en la puerta había un tipo en el estacionamiento. Yo le comenté en broma a Matilde: "¡Mirá, Carlitos puso un valet parking!" ¡No! Era un tipo que estaba junando qué auto robar. Y robaron el mío. ¿Vos creés que yo tuve miedo? Lo único que pensé es: "Qué bendición que Juan Cruz no esté acá". No sé qué hubiera hecho por defenderme.
–Y de los dichos de Susana Giménez, ¿qué opinión tiene?
–Me parece bien decir esto: no importa lo que pensemos sobre lo que dijo Susana. Ella lo dijo desde el corazón. La llamé y sé cómo se siente. Estuvo muy conmovida con toda la situación. Uno se conmueve de lo que puede, a veces no ampliás la mirada y los ojos se distraen con todo lo que pasa (hace un ademán con los brazos abiertos). Susana dijo lo que pensaba, ¿pero los demás? Repiten y repiten y repiten el tema de la  pena de muerte. Dicen: "Yo no creo en la pena de muerte, porque soy católico, pero…". Yo soy católica y no tiene que ver con mi pensamiento y mi corazón. Una cosa son los pensamientos y otra los sentimientos. Yo no creo en la pena de muerte porque mi corazón no cree en la pena de muerte.
–¿Está en pareja?
–No, estoy sola. Uno con el paso del tiempo se pone más exigente. El enamoramiento es una pasión, el amor es un sentimiento. Alguien dijo que el amor es el deseo del deseo del otro. Yo creo que hay algo de verdad en esa frase. Y el  actor necesita que lo quieran. Yo sufrí esa crisis setentista de que lo mejor era el dolor, eso de "no me lo puedo sacar de encima". No, no es así. Soli, una amiga, dice siempre que hay que darle lugar a las cosas buenas, como cuando abrís el placard y ves que está lleno de ropa que no usas. Tenés que sacarte cosas de encima: así queda lugar para lo bueno.